Cada
año a final de enero se reúnen
los principales líderes empresariales, políticos internacionales, periodistas e
intelectuales “selectos” para analizar los problemas más apremiantes que
enfrenta el mundo contemporáneo en el llamado Foro Económico Mundial de Davos.
Para el evento instituciones de la sociedad civil preparan sendos informes para
tratar de incidir en los debates y los compromisos a los que se lleguen.
Paradójicamente, en esta oportunidad la mayoría de estas instituciones
analizaron la alarmante desigualdad económica que se resume en ese 1% que
concentra la riqueza mundial (muchos de ellos asistentes a Davos) y el resto de
población, expectante ante las
decisiones por tomar de una metástasis del tejido social cada vez más peligrosa.
“Gobernando
para las elites: secuestro democrático y desigualdad económica”[1],
es uno de los informes, publicado por Oxfam que da cuenta de ello, advirtiendo
que este problema no solo afecta a la reducción de la pobreza extrema, ni a la
agudización de las fracturas sociales, sino también repercutiría negativamente
en el crecimiento económico a futuro. Lo cierto es, que si no se trata de
revertir esta situación, las consecuencias pueden ser catastróficas dependiendo
de la región donde nos ubiquemos, donde el desborde popular llegaría a ser
incontrolable para una clase política demasiado cómoda al servicio de los
intereses de ese 1%. Latinoamérica no es la excepción, más bien es la región
que mejor describe la magnitud del incremento en la concentración de la
riqueza, que está generando mayor monopolización de oportunidades en manos
exclusivas de una elite que transmite sus beneficios en linaje directo.
Pero,
¿a quién nos referimos con ese 1%? Transnational Institut- TNI, un centro de
análisis y critica global, en su tercer informe “Estado de Poder”[2],
elabora una lista de las 25 personas más ricas del mundo, con nombres y
apellidos, demostrando que esas 25 personas se hicieron 9% más ricas en el 2014 con relación al año
anterior; personas de carne hueso que a través de empresas transnacionales han
encontrado el ingenioso artificio para obtener cuantiosas ganancias de forma
individual pero sin responsabilidad individual, generando distorsiones que
posicionan a 37 de ellas como parte de las 100 mayores economías mundiales y
¡oh sorpresa! el 86, 5% de estas empresas tiene su sede en el mundo
industrializado.
El
razonamiento es sencillo, si anualmente se mueve un dinero X en el mundo, el
50% de ese dinero queda en las cuentas de personas como Carlos Slim, Amancio
Ortega o el peruano Belmont Anderson dueño Belcorp; o también en las utilidades,
listas para repartirse, de empresas transnacionales como Wall-Mart, Shell o
Minas Buenaventura, personas individuales dueños de empresas y más personas que
son accionistas de corporaciones, ambas son lo mismo y son las que constituyen
menos del 1% de la población mundial. O si queremos verlo a la inversa: la
mitad más pobre de la población mundial posee la misma riqueza que las 85
personas más ricas del mundo.
En el
caso del Perú el celebrado crecimiento económico debe ser un jolgorio para las
seis familias más ricas de este país, no referimos a los Belmont, Brescia, Rodríguez
Pastor, Benavidades, Hochschild,
Rodríguez Rodríguez; como lo ha corroborado la revista Forbes[3] que
incluyo por primera vez, a 10 empresarios peruanos en el ranking anual de los hombres más ricos del mundo.
El
Perú un país completamente dependiente de esos patrones político-económicos,
con una Lima que alberga un tercio de la población total, es el ejemplo vivo de
cómo va en aumento esa brecha de desigualdad económica, donde uno de sus
reflejos son los altos índices de violencia urbana, una consecuencias más de la
presión que se genera en la periferia o llamados cinturones de pobreza. Un país
tremendamente diverso como desigual, donde además se sigue desarticulando una
precaria cohesión entre sus comunidades culturales, donde clasismo, racismo y
machismo son los ingredientes cotidianos para encender esa bomba de tiempo que
puede llevar a una explosión popular. Lima sigue siendo la antítesis de la integración
nacional y corre el riesgo de convertirse en un lugar cada vez más inhabitable,
no solo por su geografía desértica y la inminente escasez de agua, sino también
por su creciente e insostenible desigualdad social.
* Publicado en Los Andes, América Latina en Movimiento y otros medios)