La cartografía metafórica de las ciudades las escribió Ítalo Calvino. Así es que seremos muchos, los que cuando llegamos a una ciudad, acudimos a la representación de ella en las páginas de su “Ciudad Invisible”.
De esta manera Guatemala de la Asunción, también podría llamarse Guatemala de Zaira, aquella ciudad que no solo narra su pasado sino que “lo contiene como líneas de una mano, escritas en las esquinas de las calles, en las rejas de las ventanas…” pero también podría llamarse Sofronia, una espacio compuesto por dos medias ciudades. Una que exhibe una gran montaña rusa, carruseles, jaulas giratorias y la otra media ciudad de piedra, mármol y cemento; con su fábrica, palacio y matadero; la escuela y todo lo demás. Estas líneas son para esta última ciudad, más real, menos ficticia.
Dicen que las ciudades son como los sueños, se fundan en deseos y miedos. Conocí a ciudad de Guatemala por relatos de miedo, que como enfermedad se transmite por oídas y puede llevarte a atrofiar tus sentidos y de pronto no quieres ver, no quieres caminar, no quieres hablar con su gente. Vives envuelto en una capsula que te lleva del trabajo al apartamento y entre medias al centro comercial más cercano. Siempre habrá una justificación; con mayor razón en estos tiempos donde la inseguridad es cosa seria.
Sin embargo existe también otra realidad. Una realidad que parece regresar de antaño, donde caminar por el casco histórico de la ciudad era suficiente para sentirse guatemalteco. Una realidad que se pasea muy alegre por la sexta avenida, que se encuentra con jóvenes de distintas “tribus urbanas” deseosos de compartir su arte. Un espacio donde se olvidan las grandes fracturas de este pueblo y donde se confunden los trajes típicos con las modas más exóticas; las melodías más tradicionales con los sonidos más foráneos; pero sobre todo una realidad que respeta esa diversidad, que aplaude y recibe esos aplausos, contento y satisfecho porque se siente reconocida.
Puede haber varias ciudades en una sola, pero tenemos que reconocer que todas esas nuevas ciudades o realidades derivan de una. Ciudad de Guatemala, empieza en su plaza mayor un día de domingo de feria, después seguro se ramifica de manera compleja por toda la urbe, en esa difícil adaptación sincrética a lo largo de la historia, primero a la conquista, luego a esa construcción pendiente de nación y al mismo tiempo a una modernización que no da tregua.
Por tanto, no podemos contagiarnos por el miedo, ni generalizar nuestras apreciaciones de esa ciudad histórica. Lo que creo yo, que está sucediendo es que la gente vuelve a tomar confianza, recupera esos espacios imprescindibles para crear lazos comunes, que a su vez crean identidad. Las calles, las esquinas, las plazas y sus bancas son para eso, para reconocerse, para comunicarse. Nada peor que una ciudad ausente.
Por tanto existe una responsabilidad compartida tanto de los ciudadanos como de las autoridades, y apenas se dan las mínimas condiciones se retoman esos espacios, como en el caso de la sexta avenida. Así debiera extenderse al último rincón de esta gran urbe aunque a veces hay que generar presión a esas autoridades para ir a reconquistar esos espacios. Por supuesto que las soluciones ante la inseguridad son mucho más complejas. Pero ya habremos hecho mucho al reapropiarnos de nuestros lugares públicos, pasear por sus calles o platicar en sus plazas.
De esta manera Guatemala de la Asunción, también podría llamarse Guatemala de Zaira, aquella ciudad que no solo narra su pasado sino que “lo contiene como líneas de una mano, escritas en las esquinas de las calles, en las rejas de las ventanas…” pero también podría llamarse Sofronia, una espacio compuesto por dos medias ciudades. Una que exhibe una gran montaña rusa, carruseles, jaulas giratorias y la otra media ciudad de piedra, mármol y cemento; con su fábrica, palacio y matadero; la escuela y todo lo demás. Estas líneas son para esta última ciudad, más real, menos ficticia.
Dicen que las ciudades son como los sueños, se fundan en deseos y miedos. Conocí a ciudad de Guatemala por relatos de miedo, que como enfermedad se transmite por oídas y puede llevarte a atrofiar tus sentidos y de pronto no quieres ver, no quieres caminar, no quieres hablar con su gente. Vives envuelto en una capsula que te lleva del trabajo al apartamento y entre medias al centro comercial más cercano. Siempre habrá una justificación; con mayor razón en estos tiempos donde la inseguridad es cosa seria.
Sin embargo existe también otra realidad. Una realidad que parece regresar de antaño, donde caminar por el casco histórico de la ciudad era suficiente para sentirse guatemalteco. Una realidad que se pasea muy alegre por la sexta avenida, que se encuentra con jóvenes de distintas “tribus urbanas” deseosos de compartir su arte. Un espacio donde se olvidan las grandes fracturas de este pueblo y donde se confunden los trajes típicos con las modas más exóticas; las melodías más tradicionales con los sonidos más foráneos; pero sobre todo una realidad que respeta esa diversidad, que aplaude y recibe esos aplausos, contento y satisfecho porque se siente reconocida.
Puede haber varias ciudades en una sola, pero tenemos que reconocer que todas esas nuevas ciudades o realidades derivan de una. Ciudad de Guatemala, empieza en su plaza mayor un día de domingo de feria, después seguro se ramifica de manera compleja por toda la urbe, en esa difícil adaptación sincrética a lo largo de la historia, primero a la conquista, luego a esa construcción pendiente de nación y al mismo tiempo a una modernización que no da tregua.
Por tanto, no podemos contagiarnos por el miedo, ni generalizar nuestras apreciaciones de esa ciudad histórica. Lo que creo yo, que está sucediendo es que la gente vuelve a tomar confianza, recupera esos espacios imprescindibles para crear lazos comunes, que a su vez crean identidad. Las calles, las esquinas, las plazas y sus bancas son para eso, para reconocerse, para comunicarse. Nada peor que una ciudad ausente.
Por tanto existe una responsabilidad compartida tanto de los ciudadanos como de las autoridades, y apenas se dan las mínimas condiciones se retoman esos espacios, como en el caso de la sexta avenida. Así debiera extenderse al último rincón de esta gran urbe aunque a veces hay que generar presión a esas autoridades para ir a reconquistar esos espacios. Por supuesto que las soluciones ante la inseguridad son mucho más complejas. Pero ya habremos hecho mucho al reapropiarnos de nuestros lugares públicos, pasear por sus calles o platicar en sus plazas.
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