lunes, 17 de febrero de 2014

Desigualdad económica y desborde popular (I)*

Cada año a final de enero se reúnen los principales líderes empresariales, políticos internacionales, periodistas e intelectuales “selectos” para analizar los problemas más apremiantes que enfrenta el mundo contemporáneo en el llamado Foro Económico Mundial de Davos. Para el evento instituciones de la sociedad civil preparan sendos informes para tratar de incidir en los debates y los compromisos a los que se lleguen. Paradójicamente, en esta oportunidad la mayoría de estas instituciones analizaron la alarmante desigualdad económica que se resume en ese 1% que concentra la riqueza mundial (muchos de ellos asistentes a Davos) y el resto de población, expectante ante  las decisiones por tomar de una metástasis del tejido social cada vez más peligrosa.

“Gobernando para las elites: secuestro democrático y desigualdad económica”[1], es uno de los informes, publicado por Oxfam que da cuenta de ello, advirtiendo que este problema no solo afecta a la reducción de la pobreza extrema, ni a la agudización de las fracturas sociales, sino también repercutiría negativamente en el crecimiento económico a futuro. Lo cierto es, que si no se trata de revertir esta situación, las consecuencias pueden ser catastróficas dependiendo de la región donde nos ubiquemos, donde el desborde popular llegaría a ser incontrolable para una clase política demasiado cómoda al servicio de los intereses de ese 1%. Latinoamérica no es la excepción, más bien es la región que mejor describe la magnitud del incremento en la concentración de la riqueza, que está generando mayor monopolización de oportunidades en manos exclusivas de una elite que transmite sus beneficios en linaje directo. 
Pero, ¿a quién nos referimos con ese 1%? Transnational Institut- TNI, un centro de análisis y critica global, en su tercer informe “Estado de Poder”[2], elabora una lista de las 25 personas más ricas del mundo, con nombres y apellidos, demostrando que esas 25 personas se hicieron 9%  más ricas en el 2014 con relación al año anterior; personas de carne hueso que a través de empresas transnacionales han encontrado el ingenioso artificio para obtener cuantiosas ganancias de forma individual pero sin responsabilidad individual, generando distorsiones que posicionan a 37 de ellas como parte de las 100 mayores economías mundiales y ¡oh sorpresa! el 86, 5% de estas empresas tiene su sede en el mundo industrializado.
El razonamiento es sencillo, si anualmente se mueve un dinero X en el mundo, el 50% de ese dinero queda en las cuentas de personas como Carlos Slim, Amancio Ortega o el peruano Belmont Anderson dueño Belcorp; o también en las utilidades, listas para repartirse, de empresas transnacionales como Wall-Mart, Shell o Minas Buenaventura, personas individuales dueños de empresas y más personas que son accionistas de corporaciones, ambas son lo mismo y son las que constituyen menos del 1% de la población mundial. O si queremos verlo a la inversa: la mitad más pobre de la población mundial posee la misma riqueza que las 85 personas más ricas del mundo.
En el caso del Perú el celebrado crecimiento económico debe ser un jolgorio para las seis familias más ricas de este país, no referimos a los Belmont, Brescia, Rodríguez Pastor, Benavidades, Hochschild, Rodríguez Rodríguez; como lo ha corroborado la revista Forbes[3] que incluyo por primera vez, a 10 empresarios peruanos en el ranking anual de los hombres más ricos del mundo.
El Perú un país completamente dependiente de esos patrones político-económicos, con una Lima que alberga un tercio de la población total, es el ejemplo vivo de cómo va en aumento esa brecha de desigualdad económica, donde uno de sus reflejos son los altos índices de violencia urbana, una consecuencias más de la presión que se genera en la periferia o llamados cinturones de pobreza. Un país tremendamente diverso como desigual, donde además se sigue desarticulando una precaria cohesión entre sus comunidades culturales, donde clasismo, racismo y machismo son los ingredientes cotidianos para encender esa bomba de tiempo que puede llevar a una explosión popular. Lima sigue siendo la antítesis de la integración nacional y corre el riesgo de convertirse en un lugar cada vez más inhabitable, no solo por su geografía desértica y la inminente escasez de agua, sino también por su creciente e insostenible desigualdad social.

* Publicado en Los Andes, América Latina en Movimiento y otros medios)